Lo que se pretende hacer actualmente se parece más a un impuesto encubierto que busca parchar deficiencias de fondo de un sistema que va a seguir funcionando como las berenjenas. Convengamos, eso sí, que las soluciones de mercado no necesariamente solucionan un problema demográfico. Pero, si vamos a optar por ellas, partamos por eliminar todas las imperfecciones en este mercado y apuntemos a más competencia, transparencia y correctos precios de transferencias, y ataquemos las barreras de entrada, participaciones cruzadas e integraciones verticales.
Si la reciente propuesta del presidente Piñera, relativa a eliminar la discriminación por sexo en los planes de Isapres –donde los hombres pagarán “un poco más” y las mujeres “un poco menos, con el fin de equiparar costos–, se hubiese hecho en el gobierno anterior, los entendidos la habrían despedazado inmediatamente. Es curioso que en un gobierno supuestamente técnico se hagan este tipo de tonterías. ¿Piñericosas?
En los planes diferenciados de salud de las Isapres se confunde, a mi entender, un síntoma (a solucionar, por supuesto) con la causa del problema. Y, por lo tanto, las soluciones propuestas son malitas. Marketeras, pero malitas.
Las Isapres son un invento sin mucha racionalidad económica. Pagamos una cuota mensual por un plan de salud, que es función de los ingresos de la persona, lo que de partida tiene muy poco (o nada) que ver con la función de costos del servicio. Una segunda distorsión en la oferta del producto es que, a un mismo nivel de ingresos, las personas acceden a planes diferentes –y aquí la discriminación por sexo, entre otras variables–, según la tabla de factores que usan las Isapres para fijar el precio de sus planes.
Por su parte, es en la demanda del “producto salud” donde, quiéralo o no, hay diferencias en el uso esperado del servicio entre hombres y mujeres, entre jóvenes y ancianos. Es decir, es más bien la demanda y no la oferta, la que verdaderamente depende de variables como sexo y edad.
¿Sugiere lo anterior que el precio a pagar dependa de variables como sexo y edad? No necesariamente. Salvo especialidades médicas que enfrenten curvas de demandas propias, “separadas” o “independientes” del resto, el precio de una consulta de salud “estándar” no debería depender mucho de la frecuencia con que la persona va al doctor y, en ese sentido, no habría que cobrar diferenciado a una mujer o a un anciano. Si un anciano va al doctor más seguido que un joven, por cierto que su desembolso total será mayor, pero en total (mensual) y no en el costo medio por unidad de servicio.
¿Y qué monos pintan las Isapres? Las Isapres, si sirven de algo, deberían operar como un eficiente seguro de salud. Se podría argumentar que, si hacemos una analogía con los seguros de los autos, resulta lógico cobrar más al conductor imprudente, que tiene asociada una mayor probabilidad de siniestro; entonces, también resultaría lógico que un seguro de salud discrimine por tipos de usuarios.
Sin embargo, en el caso actual de las Isapres, el precio del servicio no depende del “comportamiento” de cada persona, sino más bien de su condición ex ante. En el caso de la salud, la ley de los grandes números se aplicaría a las probabilidades de uso del servicio que distintos perfiles de personas tienen asociados. Las estadísticas deberían ser bastante certeras en asignar estas probabilidades. Entonces, lo que sí se sabría es el uso esperado que cada persona tendría de las distintas atenciones de salud, pero sin impactar necesariamente el precio unitario de una consulta.
Eventualmente, un enfermo (anciano, mujer u hombre) que usa con alta frecuencia el servicio de salud no podría pagar el P*Q total. Como una medida de equidad, se debería hincar el diente en aliviar la carga de este desembolso en el presupuesto familiar. Un razonamiento similar podría aplicarse a los remedios. Aquí está el rol del Estado, a través de subsidios, de asegurar una cobertura mínima de atención.
Lo que se pretende hacer actualmente se parece más a un impuesto encubierto que busca parchar deficiencias de fondo de un sistema que va a seguir funcionando como las berenjenas. Convengamos, eso sí, que las soluciones de mercado no necesariamente solucionan un problema demográfico. Pero, si vamos a optar por ellas, partamos por eliminar todas las imperfecciones en este mercado y apuntemos a más competencia, transparencia y correctos precios de transferencias, y ataquemos las barreras de entrada, participaciones cruzadas e integraciones verticales.
Mientras tanto, en el salón de la fama, más de lo mismo: se cree que lo que hay funciona más o menos bien y solo hay que hacer algunos ajustes, en vez de plantearse reformas profundas a la vieja industria. Pero corren otros tiempos. Con el apabullante cambio tecnológico y las nuevas formas de trabajo y de vida en general, capaz que en pocos años las Isapres estén de más y lleguen a ser un penoso recuerdo de una solución de mercado mal implementada que resultó en una transferencia unilateral de utilidades, en cómodas cuotas mensuales. Ni el lobby de grupos de interés podrá parar eso.
Iván Rojas B.